Se topó con un hombre que
apenas hablaba, después de haber sufrido lo suyo con la salud. Se había
transformado en un hombre taciturno, que apenas hablaba, por miedo a que se
escuchase su voz, transformada por la enfermedad.
Aparecían ubres de cabra
colgando del varal de tender, y eso suponía que, aquella noche, o en aquellos
días, dos o tres cabras habían muerto, para ser comidas, y aprovechado hasta el
último pellejo de su pecho, antes dador de vida que amamantaba a baifos y
baifas.
Se diferenció rápidamente de
aquella estirpe, depredadora, que no ama los animales como ella, y si los ama,
¡extraño amor ese, que te mata para usar tu piel!
Deseó que aquel hombre supiera que Nietzche se
abrazó a dos caballos que tiraban de su carroza, ante los latigazos del
cochero, increpándolo, reflexionando luego con estas palabras: “Imaginen que
vienen habitantes de otros planetas, y nos asan a la parrilla”.
Desde niña quedó impactada
por esta acción-palabra de Nietzche, y aprendió a ver a los animales con otros
ojos.
Ojos de amor por la vida en
cualquiera de sus manifestaciones, ya fuera pájaro, ya fuera piedra.
Pensó en las mujeres de estos
hombres, hacedoras de negocios con cuerpos asesinados y pieles, que antaño
dieron vida, sin saber que se asesinaban a si mismas por falta de empatía con
el animal asesinado.
¿Sería necesario todo aquel
sanguinolento espectáculo con olor a muerte, de mosca verde encima de los
esqueletos, para convertirse en una mujer hostil, resentida, con la que ningún
hombre puede, y convertirse así, al fin, en una mujer que no sufre?
Fotografía y texto originales de la autora.
Fotografía y texto originales de la autora.
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